A confesar...

“¡¡Qué puta eres!! ¡A una iglesia voy a tener que llevarte!”

“¿Ah si? ¿A qué, a confesarme? ¡Jajajajaja!”

“Si, si. Rite, rite…”

Fueron sus palabras acerca de lo que no imaginaría nunca… Pero… ¿qué sentido tiene imaginar cuando algo se puede vivir para posteriormente poder recrearte una y otra vez en el recuerdo?

Breves, pero concisas fueron las órdenes acerca de cómo debía ir preparada: Lencería, taconazo y una gabardina de la que no disponía, pero que al volver al dormitorio encontré sobre mi cama.

“Tienes 10 minutos para prepararte.”

Y aún exhausta, me quedé en la misma postura durante al menos 3 minutos mirando la puerta que se había cerrado. El corazón a mil me acompañaba y los millones de pensamientos invadían mi cabeza… (¿Por qué pensaré tanto en momentos así?)

Nervios, incertidumbre, impaciencia, sorpresa, excitación… Así que, simplemente me dejé llevar… no quise pensar, ¡no me lo permití!

Y arreglándome en apenas 7 minutos intenté estar lo más preparada posible, que no faltara detalle.

Monté en el coche y con una venda me tapó los ojos, privándome así de uno de mis sentidos permitiéndome pues que el resto se abran al máximo para disfrutar del momento. Y notando el ansia en cada poro de mi cuerpo escucho como nos acercamos a no sé donde… veo los sonidos de la noche, escucho los olores de la excitación que me acompaña, noto el calor de sus manos acariciando de vez en cuando mi entrepierna, siento mi piel preparada, mis sentidos dispuestos para el placer.

Y llegamos y el silencio de la noche me estremeció… pero estaba segura de que todo estaba bien. ¡¡Con él no podía ser de otra manera!! Aún con los ojos vendados caminé cogida de su mano hacía el lugar misterioso. La mezcla de sensaciones cada vez era más radical y si no fuera porque él me lo había pedido… ¡¡hubiera salido corriendo!!

El sonido de los interruptores de la luz me anunciaba que faltaba muy poco para descubrir la sorpresa. Sus pasos se acercaron y mis poros le buscaban… y con mucha sutileza me destapó los ojos dejando ante mí la visión de una iglesia en la penumbra de la noche, entera para nosotros. Creo que en mi vida se me han pasado tantas imágenes por la cabeza a la vez. Nunca antes había experimentado tantas sensaciones juntas.

Y rezar no sé, pero follar… me lo hubiera follado en todos los rincones de aquel lugar, de mil formas hubiera dejado que me dominara, que me hiciera sentir la perra más sucia y golfa que jamás haya existido.

Y me lo pregunto casi a diario, qué sentido tiene imaginar cuando se puede experimentar… y recordar… y permitirse la excitación aún cuando haya pasado el tiempo, recordando, reviviendo, reimaginando las mil formas en las que me lo hubiera follado.

Unos flashes permitieron calmar mi timidez y dejarme llevar por primera vez ante una cámara desconocida. Y quizás breve, quizás fugitivo… pero intenso, bravo, atrevido y tremendamente excitante es lo que recuerdo de aquel momento.

¿Cómo podía alguien ser capaz de encender tanto mi deseo? ¿Cómo apenas sin tocarme?

Nos cegamos en pensar que la manifestación más completa del sexo es el orgasmo, cuando no hay mayor satisfacción que la de desear y ser deseado; que la de gozar y ser gozado; que la de disfrutar el camino sin haberlo caminado.

No hay mayor verdad que la de recordar un momento así y ser capaz de sentir una a una todas las sensaciones vividas aquella noche, pero es así. ¡Así es contigo!

¿Qué son de las fantasías entonces una vez disfrutadas? ¿Desaparecen? ¿Se vuelven sosas? ¿Difusas? ¿Sin sentido? … ¡Jamás! Una fantasía cuando es disfrutada con tanta intensidad no puede más que reinventarse.

Y por si te lo preguntas… sí, me hubiera encantado que me empotraras contra un banco, que inclinaras mi cabeza hacia delante y, casi sin dejarme respirar, levantarme la gabardina y meterme tu polla entre mis piernas, sin contemplaciones, sin miramientos. Con ese semblante serio, duro y a la vez pícaro que te caracteriza. Y que me hubieras mirado a la cara cogiendo con fuerza mi pelo empujando con fuerza y precisión y que en un atisbo de descanso, hubieras posado tu mano sobre mi nalga como si de un látigo de 20 puntas se tratara.

Que me girases justo antes de correrte y que con tu mano ejercieras la presión exacta para bajar mi cara hacia tu polla, explotando sobre ella y haciéndome lamer gota a gota tu semen derramado sobre mí.

Y solo por si te lo se te pasa por la cabeza… ni he sido capaz de algo así con nadie, ni creo que con nadie llegase a tener esa tranquilidad, esa inquietud, esas ganas de sobrepasar los límites.


Y es que, creo que no hay nada que no me sugieras…

*Relato basado en hechos reales.

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